Descripción
Uno a uno los muchachos se fueron. Al final solo quedó Colorete. Me asustó su mirada. Ya no había cólera ni burla en sus ojos: había ternura, extraña, terrible. Cuando se dio cuenta que lo miraba, se avergonzó. Quise darle la mano y decirle: «Te comprendo». Pero qué difícil es sincerarse sin cebada
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